Tuesday, December 03, 2019

IGLESIA-ESTADO (ENTRADA PREVIAMENTE PUBLICADA)

Anexo: el tema de las relaciones Iglesia/Estado El agustinismo político defendía la absorción del orden natural dentro del orden sobrenatural y del Estado dentro de la Iglesia con una concepción "ministerial" del poder temporal: "El reino terrenal está al servicio del reino de los cielos" (la teoría de las dos ciudades, celeste y terrena, Jerusalén y Roma). Carlomagno, al construir el Imperio cristiano se atribuyó su dirección y relegó al Papa a tareas auxiliares. A su muerte, el poder se divide y salen beneficiados los obispos, que luego cederán de nuevo el poder al Papa. Gregorio VII proclama la primacía del Papa en la Iglesia, el poder de deponer a los emperadores y de eximir a los súbditos de la fidelidad a los reyes. Sin embargo, en los siglos XII y XIII el poder de los reyes se fortalece apoyándose en el incipiente movimiento burgués de las ciudades, enemigas del feudalismo y del poder eclesiástico por lo que es proclive a les herejías que pretendían abolir le jerarquía eclesiástica. Pero será en esta época cuando el Papado alcance precisamente su máximo esplendor. Bernardo de Claraval formula la teoría de las dos espadas: la espada espiritual y la espada material pertenecen a la Iglesia, pero ésta debe empuñarse para la Iglesia y aquella por la Iglesia; una está en manos del sacerdote, la otra en manos del soldado pero a las órdenes del sacerdote. La postura de Tomás de Aquino será mucho más flexible, reconociendo la autonomía del poder civil en lo que respecta a los asuntos mundanos, aunque esa autonomía no sea absoluta porque los fines civiles deben estar subordinados a los fines sobrenaturales y trabajar a favor de ellos. Como señala Copleston: "la opinión de Tomás de Aquino en cuanto a la relación entre la Iglesia y el Estado es semejante a su opinión sobre la relación entre la fe y la razón. Loa razón posee su campo propio pero no por ello deja la filosofía de ser inferior a la teología. De modo semejante, el Estado tiene su esfera propia, pero no por ello deja de ser un sirviente de la Iglesia". Habrá que esperar a Dante, en su De Monarchia (1312) para encontrar una neta distinción entre la Iglesia y el Estado, y una delimitación de funciones, en virtud de los dos fines del hombre, el natural y el sobrenatural. También el franciscano Ockham, en la disputa entre el Papa Juan XXII y el emperador Luis de Baviera acerca de la supremacía del papado o del Imperio, tomó partido por el emperador, estableciendo una neta separación entre la Iglesia y el Estado y promoviendo la reforma de la Iglesia en la línea franciscana de la espiritualidad. Sólo reconoce al Papa un poder espiritual y defiende ya una concepción laica de la sociedad. La doctrina política de Ockham buscará pues, separar lo espiritual de lo temporal, del mismo modo que separó la fe de la filosofía, con la intención no tanto de defender los intereses del Emperador sino de garantizar la genuina espiritualidad de la comunidad cristiana, extraviada por su intervención directa en la política. La diferencia fundamental entre la filosofía política de Tomás de Aquino y la de san Agustín consiste en que Tomás supera el pesimismo metafísico sobre la naturaleza humana (naturaleza caída por el pecado) y el recelo de la Iglesia antigua hacia el mundo material, que había llevado a una desvalorización de la política y a la concepción del Estado como consecuencia del pecado. Estas ideas habían calado tan hondo en el pensamiento medieval anterior al siglo XIII que (antes del conocimiento y estudio de las obras de Aristóteles) dominaba la idea de que la comunidad política es una situación artificial, contractual, y no algo que provenga de la misma naturaleza humana. El pensamiento de Aristóteles representaba el reverso de estas concepciones (sus obras fueron prohibidas por los papas Gregorio IX, Inocencio IV y Urbano IV, hasta que su pensamiento fue aceptado por la Escolástica). Según él, la coexistencia política es la forma natural de vida del hombre, quien es, por naturaleza un ser social y político. La comunidad política adquiría así un valor ético intrínseco y una dignidad indiscutible. Santo Tomás sigue a Aristóteles y considera que el hombre es naturalmente sociable y que la sociedad civil es necesaria para la perfección de la vida humana. Aunque disiente de Aristóteles en cuanto a la autosuficiencia de la polis y de la política para la realización de los fines del hombre, puesto que el fin supremo del ser humano es también sobrenatural y por ello el Estado deberá estar subordinado a una entidad superior: la Iglesia. Frente a lo que afirmaba el agustinismo político (san Agustín y Juan de Salisbury), el Estado, para Tomás de Aquino, no es una necesidad sobrevenida que surge del pecado original o de los pecados humanos, sino que es el despliegue natural de la esencia social del hombre. Tampoco tiene santo Tomás la tendencia agustiniana a acentuar el aspecto coercitivo del Estado para contrarrestar la condición pecadora del hombre (para san Agustín el estado habría surgido de la necesidad de imponer orden, mantener la paz ya castigar el crimen). La explicación de este cambio quizá se encuentre en las distintas condiciones sociopolíticas del siglo XIII, siglo de tranquilidad y desarrollo, por oposición al siglo V, de anarquía e inseguridad. Para santo Tomás no es la naturaleza caída del hombre la que exige el gobierno, pues la autoridad existiría incluso en el supuesto de no haberse producido el pecado original, dado que aun en ese estado de inocencia habrían persistido las diferencias y es necesario reducirlas a unidad y ordenarlas al bien común. La autoridad humana, más que un mal menor necesario, es una participación en la autoridad divina. Los hombres necesitan ser dirigidos.

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